Periódico independiente de la provincia de Mendoza

Opinión

Justicia, reformas y «reality show»

Por Germán Moldes (*)

La Justicia debe adecuar sus procedimientos a mecanismos que la saquen de la exasperante morosidad y lentitud que la ha hundido en el descrédito general. Pero, por mucho que se lo intente, nunca será posible sincronizar los tiempos judiciales con los del reclamo social si consentimos que éste emane y se difunda a través de una suerte de farándula justiciera que emite veredictos prejuiciosos, dispensa disculpas inmotivadas o impone penas de linchamiento mediático.

La televisión transmite a diario el ajusticiamiento sumarísimo de algunos, o la amenazante exigencia de la absolución no menos inmediata de otros. En cualquier caso, el naufragio irremisible, tanto de la obligación constitucional que al Estado le cabe de administrar justicia, cuanto del principio de presunción de inocencia. Políticos bajo sospecha, “ricos y famosos” en aprietos y delincuentes habituales se mezclan en las escalinatas de los tribunales ante cámaras, micrófonos y “movileros”.
Nos vamos acostumbrando a ver condenas y absoluciones por anticipado, en ligeros comentarios emitidos por lectores de noticias cuyos intereses son discutidos y dudosos y, las más de las veces, su ignorancia ostensible e incuestionable.

Chismes y comadreos que se retroalimentan en las redes sociales donde, en 140 caracteres, se puede ventilar por adelantado un sumario de miles de fojas y guillotinar o preservar, sin formulismos mayores, la fama, el nombre y la carrera de cualquier ciudadano o exculpar, por simpatía o coincidencia ideológica, a los más grandes e imperdonables delincuentes.

Es un cóctel explosivo: por un lado, un sistema de justicia, mal que nos pese tardío y perezoso, un procedimiento engorroso, plagado de obstáculos para arribar a la sentencia definitiva, obstáculos hábilmente aprovechados por abogados poco escrupulosos que se han convertido en especialistas en fabricar prescripciones de la acción penal. Por el otro, este drástico tribunal de opinión pública alborotada.La reserva judicial y el secreto de los sumarios han desembocado en una cascada de filtraciones que perturban las garantías de un juicio justo y prefabrican imputaciones y disculpas. La atmósfera de prejuicios artificiales nubla cualquier veredicto razonable de un tribunal y tritura la aplicación ponderada del derecho. Acostumbrado a decidir culpabilidades por adelantado, el hombre común no puede entender la complicada casuística de las leyes y exige castigos fulminantes sin atender la lógica de los hechos probados.

El incremento de la corrupción política contribuye sobremanera a este clima de crispación que enturbia el estado de derecho porque la quiebra social deja una sensación de impunidad en la que la imputación equivale a una condena y la absolución parece siempre un fracaso o un enjuague de los poderosos aliados del reo con algún estamento del poder directa o indirectamente vinculado a la tarea de enjuiciarlo.Tan ecléctico procedimiento resulta absolutamente funcional a un consorcio humano narcotizado por los rayos catódicos de la TV si se lo compara con el trabajoso parto de este inoperante proceso legal, sumatoria de complicadas y tortuosas diligencias que suman años y papeles para llegar a un veredicto que deja flotando en el aire la recurrente fantasía de que el agudo olfato periodístico y la voluntad del público podrían haber alcanzado el mismo resultado en pocos días.

Pero es que la sed de justicia de la sociedad no puede servir de excusa para admitir sentencias injustas, aunque popularmente sean aplaudidas. Debemos establecer con claridad las diferencias entre justicia ejemplar, que es la necesaria, y ejemplarizante, que suele correr paralela a la condición de antijurídica.

En la sociedad de la simplificación no hay razonamiento que supere el poder de una etiqueta y la fuerza emotiva de la propaganda multiplicada en la celeridad de los medios y las redes se impone con un empuje devastador ante cualquier argumento que exija una cierta capacidad comprensiva. El mundo del twitter se ha llevado a la tumba los matices y, en su lugar, triunfan los sintagmas sencillos, las proclamas elementales, las sentencias categóricas, las consignas terminantes de consumo y digestión inmediatos.

La cosa no tiene salida si no logramos acortar las distancias entre estas notas distintivas de la sociedad de estos tiempos que nos toca vivir y la necesidad de una justicia que merezca el nombre de tal y recupere el respeto y la confianza de la población. Para ello, es preciso contar cuanto antes con un procedimiento sencillo y transparente que garantice tiempos procesales razonables sin alterar la esencia del derecho de defensa, pero limitando drásticamente la batería de chicanas y estratagemas que eternizan los procesos y solo benefician a los profesionales del delito. (Fuente: Clarín).

(*) Fiscal General ante la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Correccional y Penal.

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