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Opinión

La República Popular de La Salada

La Salada es un caso emblemático por su magnitud y sus ribetes grotescos del desprecio por la ley que signa a buena parte de nuestra sociedad

martes, 27 de junio de 2017

La República Popular de La Salada

Por Jorge Enríquez *
La Salada está en boca de todos. Uno de sus máximos responsables, Jorge Castillo, respondió a los tiros a los policías que fueron a cumplir un allanamiento a su casa. Una típica reacción del Lejano Oeste, allí donde el Estado no existía y regía la ley del más fuerte.
Pero no puede haber sorpresas con La Salada. Cualquier persona mínimamente informada sabía, desde hace muchos años, de qué se trataba ese Estado paralelo. El Estado formal se hacía el distraído. En especial, la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP), tan puntillosa con cualquier desprolijidad menor de un ciudadano común. El colmo fue aquel surrealista viaje a Angola en el que la entonces presidente de la nación, Cristina Fernández, en medio de un monólogo de vendedora ambulante, incluyó a La Salada entre los espejitos de colores que llevaba para engatusar a esos humildes anfitriones. El Estado argentino exportando ilicitud.
Claro que puede haber motivos para explicar la informalidad de gran parte de nuestra economía. Producto de 12 años de kirchnerismo son la excesiva presión tributaria, los altos costos, las regulaciones laborales muy rígidas, que conspiran contra la rentabilidad de quienes producen o venden en blanco. Pero una cosa es comprender el fenómeno y otra, muy distinta, justificarlo. Por lo demás, en La Salada no estamos hablando de cuentapropistas, sino de una vasta organización que hasta contaba con una supuesta seguridad privada, como nos lo ilustraron las vergonzosas escenas que la televisión difundió sobre las «mecheras» castigadas por supuestos robos.
El kirchnerismo, que no solamente toleró sino que abiertamente promovió este esquema mafioso de comercialización, pretende ahora transferir sus culpas poniendo el acento en que Castillo sería afiliado radical o exhibiendo una foto de este amigo de Guillermo Moreno en algún acto de Cambiemos. Cualquiera puede afiliarse al partido que se le dé la gana e ir a presenciar un acto político. Esas actitudes nada dicen acerca de las características de ese partido. Lo que sí debe importarnos es la cercanía de Castillo con funcionarios del más alto nivel del gobierno kirchnerista, como Moreno, porque así se explica la impunidad con la que ha venido obrando.
Llama la atención que una persona que salió a la luz pública como denunciante de centros de producción y comercialización clandestinos, como Gustavo Vera, sea ahora socio político de Moreno, uno de los garantes de los negocios ilícitos de La Salada y, junto con la señora de Kirchner, uno de sus agentes de venta en el exterior.
Lamentablemente, La Salada es un caso emblemático por su magnitud y sus ribetes grotescos del desprecio por la ley que signa a buena parte de nuestra sociedad, pero es solamente una muestra de un fenómeno mucho más vasto. La orgullosa República Argentina de nuestros padres y abuelos se fue convirtiendo en la República Popular de La Salada, reflejada anticipatoriamente en la imagen del cambalache discepoliano. El mayúsculo desafío que tenemos por delante es revertir esa cultura de la ilegalidad; transformar la Argentina trucha en una Argentina auténtica, en la que no da lo mismo el que labura que el que está fuera de la ley. Ese es el cambio profundo que vamos consolidando cada día.///
*Subsecretario de Justicia de la Ciudad de Buenos Aires

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