MIGRAR COMO SEA: DE CARACAS A LIMA
Historia en imágenes de cómo es la huida de una pareja venezolana
Ilusión
Mientras preparaban el viaje, idearon otra forma de minimizar gastos: comer de una mochila que llenaron con pan, maní, almendras, chocolates, galletas de soda, diablito, queso fundido y sobres de jugo en polvo. La precaución les rindió: duró hasta Guayaquil. El armario de Nía era tan reducido que casi todo encontró sitio en las maletas. Entre la inflación y la escasez, Álex había perdido 35 kilos de peso, de modo que confió a una amiga costurera su mejor ropa para que la reajustase a sus nuevas medidas.
Venezuela, primer tramo
Al llegar a San Cristóbal siguieron en taxi hasta San Antonio, la última ciudad venezolana antes de ingresar a Colombia. En el trayecto de menos de una hora consiguieron cuatro puestos de control. Fueron requisados en dos. Gracias a los escondites de Álex, el efectivo superó con éxito las pesquisas de la Guardia Nacional Bolivariana y la Policía Nacional.
En la frontera: dos colas inauditas
Luis tomó la iniciativa y los organizó en tres grupos: dos personas se quedarían en la primera fila para retirar el papel con la fecha, dos guardarían los puestos en la segunda para sellar los pasaportes, y el resto cuidaría las maletas. Nía se ocupó de esa tarea con Leo, un exagente policial que estaba huyendo. Supuestamente había recibido amenazas de muerte luego de descubrir que un familiar de un alto funcionario estaba involucrado en una red de extorsión. La madre de Leo fue secuestrada un día antes de que él saliera de Caracas. Entregó gran parte de lo que había ahorrado para salir del país como parte del rescate.
Paciencia
Una vez en territorio colombiano, no tenían cobertura para llamarse en caso de retrasos. Todos compraron sus boletos y volvieron a Migración Colombia pero Víctor no aparecía. Sellaron y seguían sin saber nada de él. Tenían sus maletas. Lo habían esperado por más de dos horas. Si pasaba más tiempo perderían sus autobuses. En ese momento, Víctor llegó empapado en sudor con el dinero. En virtud de la tardanza, no podría acompañarlos. Debería tomar otra unidad.
El bus letrina
Fue en Cerinza donde se toparon con dos alguaciles, dos empleados del poder judicial venezolano, que para llegar al Perú vendieron una cámara Sony Point and Shoot por 70.000 pesos. Más o menos 23 dólares. Habían aprovechado las vacaciones judiciales para viajar. Si conseguían trabajo en tierra inca, no lo pensarían dos veces. Se quedarían.
El último tramo
De Ipiales tomaron un taxi a Rumichaca para ingresar al Ecuador. Un oficial de migración les preguntó a qué venían y respondieron que iban de paso. Aunque no mentían, estaban nerviosos. Cruzar la frontera los ponía tensos. Abordaron el siguiente bus y ya en el terminal de Tulcán, donde debían tomar el colectivo que los llevaría a Guayaquil, encontraron en el suelo un puñado de fotografías. Alguien debió haberlas extraviado. Álex pensó en el vacío de su dueño al notar la ausencia. Nía imaginó el retrato de su madre en las viejas fotos olvidadas.
«Vengo a quedarme»
A los dos días de llegar, Nía consiguió su primer empleo en una casa de remesas para venezolanos. Compró esos zapatos de gamuza en un supermercado para su primer día de labores. Álex tardó tres semanas en emplearse como fotógrafo y community manager en un restaurante en Miraflores.