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A 34 años del día que Juan Pablo II pisó tierra mendocina

El 7 de abril de 1987 quedó afianzado en la memoria colectiva más allá de los credos. En el predio de la Virgen, una multitud acompañó a Juan Pablo II
Vino el Papa Juan Pablo II y Mendoza fue una fiesta. Este miércoles se cumplen 34 años de aquella jornada inolvidable. Histórica. Más allá de las creencias y de los credos, la provincia fue escenario de una visita emblemática.

Aquel 7 de abril de 1987 era martes y el Papa polaco venía desde Buenos Aires. Al menos por unas horas pero suficientes para dejar huella. A primera hora de la tarde estaba previsto el aterrizaje en la pista de la IV Brigada Aérea (la aeroestación Francisco Gabrielli aun estaba en proceso)
Aquella tarde hacía calor. Desde temprano a la mañana los seguidores de Juan Pablo II tomaron ubicación en la inmensidad del predio de la Virgen, en el cruce de los accesos Este y Sur, que ya en 1980 había cobijado al Congreso Mariano Nacional y que ahora se aprestaba a recibir al jefe de la Iglesia Católica.

La concentración no estaba circunscripta solo a ese espacio físico. Lentamente, otra parte de la multitud comenzó a situarse a la vera de todo el recorrido que va desde la IV Brigada Aérea hasta el Predio de la Virgen. Cada kilómetro y cada espacio se vistieron con los colores papales en banderas, pancartas y otras formas gráficas y muy visibles de decir presente. La prensa nacional e internacional se acreditó para seguir el desarrollo de la visita papal a Mendoza. La espera fue tensa. Hasta que el polaco pisó tierra mendocina de una vez. Atrás quedaban el zumbido de los motores y la escalerilla del avión. El papamóvil ya estaba listo para recibirlo y conducirlo hasta Guaymallén. Pero el Papa recibiría una sorpresa. Un coro de voces mendocinas de todas las edades y diferentes capacidades musicales le abrió los brazos al Pontífice haciendo lo mejor que podían hacerlo: cantando. El maestro José Felipe Vallesi había cristalizado algo que comenzó siendo un proyecto, un sueño, y que se transformó en agasajo y en canciones para el visitante después de muchos ensayos y mucho trabajo organizado. Y el Papa lo advirtió, supo valorarlo y se acercó a los coreutas de ponchos rojos y voz en cuello mientras éstos le dedicaban una canción de cuna polaca y una de sus melodías preferidas: La Morenita, letra y música que evocaban a su querida y mexicana Virgen de Guadalupe. Entre otras, porque el repertorio fue amplio.

Y fue un momento mágico para todos. Los que estaban (estábamos) en las gradas y el público. Hubo agradecimientos mutuos. Mucha emoción y como en un flash, Juan Pablo II escuchó algunas canciones y partió en busca de los fieles. La fiesta se repitió durante todo el recorrido hasta Guaymallén; luego, en su discurso tan aplaudido y vitoreado y culminó con el retorno a la base aérea situada en Las Heras, adonde el coro lo despidió con más música y pañuelos en alto y muchas lágrimas. Pasaron 34 años pero la memoria insiste en evocarlo. Porque dejó una huella profunda. Inolvidable.

POR JOSÉ LUIS VERDERICO

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