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Opinión

A los dos meses, en primera persona

Estos ruidos guturales que hago –que ustedes llaman “ajós”– me ayudan a reconocer el ambiente. Falta tiempo para que diga “mamá” o “papá”; no creen falsas expectativas.

Por Enrique Orschanski

Si todo sigue así, mis padres sobrevivirán a mi llegada. Con dos meses de vida, ya tengo papada, cachetes gordos y una panza enorme que cambia de forma.

Gracias por entender que estoy mejor con menos ropa. ¿Vieron cómo sonrío cuando me desnudan y, en especial, cuando me bañan? Son los mejores momentos del día.

De todos modos, quedan los odiosos pañales, que me sofocarán por largo tiempo.

Me verán “aletear” y patear mucho. Es mi forma de reclamar libertad de movimientos; es normal. También, que me tiemble la pera; no es frío.

Estos ruidos guturales que hago –que ustedes llaman “ajós”– me ayudan a reconocer el ambiente. Falta tiempo para que diga “mamá” o “papá”; no creen falsas expectativas.

Gracias a que acá afuera (del útero) abunda la luz, estoy corrigiendo la miopía con la que nacemos (todos).

A medida que veo mejor, me encanta mirar rostros; caras de frente, sin anteojos y con el pelo recogido. Así reconozco las principales líneas de la cara (la nariz y las cejas) que dibujan una “T”, diferente en cada persona.

Por ejemplo, la T de mamá está asociada a su voz y al olor de la leche, que asegura que seguiré vivo. Adoro esa T.

La de papá es diferente (¿será por su nariz enorme?); también su olor, a camisa recién planchada. También me gusta.

Al ver mejor (en un radio de alrededor de 1,5 metro), quedo despierto por períodos más largos; sin embargo, aún no diferencio cosas. Me da igual un tío que un perchero. Miro formas y colores, aunque no logro concentrarme por más de algunos segundos.

Agradezco que no agiten las cosas; me atrae más lo que está quieto.

Escuché a las abuelas anunciar la salida de mis dientes. En realidad, a mi edad aumentan los fluidos que se desbordan. Por eso ahora lloro con lágrimas y babeo mucho: la saliva que sobra alivia la picazón de las encías.

Los dientes (usualmente los incisivos) aparecerán cuando ellos quieran: entre los cuatro meses y el año; todo es normal. Así que paciencia, abuelas; todo llega.

Si alguien frota mis encías con la yema de un dedo, aliviarán esa picazón. Me verán sonreír.

Si no lo hacen ustedes, usaré mis manos o puños. No piensen que me quedo con hambre; llevar las manos a la boca es algo normal y esperable a mi edad (a veces, hasta causarme arcadas).

Llegó el momento de vacunarme. Porfa, no se olviden: estaré más protegido de contagios de tanta gente que, por amor, me toca, me besa y me pasea hablando en mi cara.

Gracias por no fumar cerca.

¿Vieron qué rápido crecen mis uñas? Tendrán que cortarlas cada semana; intenten no lastimar bordes de dedos, porfa. Limen los extremos para que no me arañe tanto.

Mi cabello crece por zonas. Los pirinchos de arriba son imparables, y donde apoyo tendré “peladas”. Ninguna champa progresa si se pisa. Si quieren raparme, háganlo, pero no esperen grandes cambios ni mejor pelo.

Un último mensaje: al estar mejor conectados, nos gusta explorar el ambiente. Por eso durante el día dormimos menos; en 20 ó 30 minutos cargamos baterías y volvemos al ataque. Este mundo es demasiado tentador para perder el tiempo durmiendo.

En verdad, este mundo al que me trajeron es fantástico; a pesar del cansancio y la caída de pelo de mamá y el humor cambiante de papá. Abrazos.

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