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Opinión

Acá el que se aburre es porque quiere

Los argentinos hemos pasado del aburrimiento de la cuarentena a ver a nuestros políticos en acción, como si fuera la serie ‘House of Cards’, de Netflix, ambientada en la Casa Blanca, aunque para nosotros se trata de la vida real de la República. Tal vez sea un indicio de que hemos tocado fondo y sea el momento de dar la patada que nos impulse a la superficie para respirar aire fresco
Técnicamente, el aburrimiento es un estado emocional que se da en un ambiente tedioso caracterizado por la repetición de estímulos poco atrayentes. Por lo general, es una situación que deriva cuando un sujeto carece de cosas interesantes para ver, para escuchar o para hacer.

Los antiguos mitigaban el aburrimiento contando largas historias frente a una fogata encendida. De allí el valor de los narradores. Nosotros, los modernos, lo hacemos siguiendo miniseries en nuestros televisores.

Por ejemplo, una serie que me atrapó fue House of Cards, de Netflix. Ambientada en la Casa Blanca, está basada en la novela del mismo nombre de Michael Dobbs. Su trama se desarrolla a caballo del ascenso del congresista Frank Underwood (Kevin Spacey) y de su igualmente ambiciosa esposa Claire Underwood (Robin Wright). Frank apela a todo tipo de trampas, mentiras, sobornos, asesinatos, chantajes y otras manipulaciones para desarrollar una carrera hasta alcanzar la primera magistratura del poder.
Pero la serie debió terminar abruptamente cuando su actor principal, Kevin Spacey, enfrentó acusaciones de acoso y abuso sexual. Aunque recientemente fue sobreseído de todos los cargos y estaría listo para retomar la séptima temporada de la serie.

Mientras buscaba en la grilla de programación televisiva una nueva serie para poder engancharme, decidí pasar revisar a mi cuenta de Twitter, la que no consultaba desde hacía varios días.
Grande fue mi sorpresa al comprobar la existencia de todo un universo paralelo que iba tomando forma. Uno que creaba y mataba personajes y que los hacía interactuar de las más diversas y perversas maneras. En pocas palabras: una saga de Netflix pero en tiempo real, con personajes de carne y hueso.

Por ejemplo, me enteré de que el propio presidente de nuestra Nación, don Alberto Fernández, había recibido a cientos de personas en su residencia de Olivos en medio de las etapas más duras de la tristemente famosa cuarentena.

Con el correr de los días me fui dando cuenta de que los capítulos, dignos de una saga, se iban acumulando. En uno de ellos se llegaba a desmenuzar, con lujo de detalles, la fiesta de cumpleaños de la pareja del propio Presidente. La mayor parte, obviamente, estaba en contra de tal celebración, pero también había quienes la defendían.

En eso estaba, cuando acontecimientos nuevos no dejaban de florecer trayendo giros inesperados a la trama. Como una simple foto que mostraba a Fabiola, la pareja del Presidente, aparentemente embarazada. Eso daba para varios capítulos, pensé.

La ficción se hace realidad
Llegado a este punto, no pude dejar de preguntarme si esto no sería digno de una serie de Netflix. De un House of Cards con sabor criollo. Le podríamos poner de nombre Cartas marcadas o La vida es una baraja si llegara a concretarse el proyecto.

Los personajes principales creo que los tenemos. Por un lado, un Presidente débil acosado por su ambiciosa vicepresidenta y rodeado de ministros, ministras, amanuenses y misteriosos visitantes (no es gramaticalmente correcto hablar de “visitantas”).

Tampoco nos faltaría toda una serie de interesantes personajes secundarios, en su mayoría integrantes de la oposición. Por citar a uno de ellos, por ejemplo, tenemos a una señora que se atribuye ser la encarnación viva de “La República” y acusó al Presidente y a su ministra de Salud de querer envenenar a su propia población, lo que lo colocaría al nivel histórico de Nerón. Nada despreciable para incluir en la serie.

Otro capítulo podría estar dedicado a un expresidente que se pasea por Europa con su bella y elegante esposa. Obviamente habría que matizar tanta ternura con capítulos con otra mirada más social, más comprometida.

Por ejemplo, con uno ambientado en una villa de emergencia ubicada a pocas cuadras de nuestra Casa Rosada y del coqueto barrio de Puerto Madero, donde vive la crème de la crème de nuestra clase política. Todo un metamensaje televisivo.

Otro capítulo especial habría que destinarlo a la búsqueda desesperada de nuevos candidatos que pudieran captar las intenciones de voto del electorado. Por ejemplo explicar las técnicas de marketing usadas para captar al votante mostrando cómo se prefieren las personas famosas a las capaces. Otro, dedicado a las feroces internas dentro de cada espacio político, donde todo vale para destruir mediáticamente a un oponente.

Volviendo a hablar en serio, sabemos que grandes filósofos se ocuparon del tema del aburrimiento.
El alemán Martin Heidegger, por ejemplo, lo hizo en su famosa obra ¿Qué es metafísica? En ella afirmó que el aburrimiento no era más que una suerte de hastío vital. Un velo habitual que los seres humanos descorren cuando su existencia queda desprovista de un sentido profundo.

Por su parte, el filósofo francés Jean Paul Sartre dio un paso más en el mismo sentido y habló del aburrimiento vital como de una desilusión, en tanto que el danés Soren Kierkegaard –más humano– lo aproximó a la melancolía.

Sea como sea, los argentinos hemos pasado del aburrimiento de la cuarentena a ver a nuestros políticos en acción.

Pero no se trata de una serie de Netflix, sino de la vida real de nuestra República. Tal vez sea un indicio de que hemos tocado fondo. Y otro indicio es que quizás sea el momento de dar la patada en el fondo para que nos lleve a la superficie donde se respira el aire fresco.

Héctor Ariño
Periodistaobservador@yahoo.com.ar.

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