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Opinión

Al borde del colapso

La semana que termina expuso de manera patética las dificultades que tenemos para articular un plan de acción consensuado que sea efectivo y a la vez respetado
La pandemia llegó para quedarse y el que hoy nos toca vivir es, por lejos, el peor de los momentos. Nadie puede asegurar cómo será el comportamiento del virus de aquí en más. Lo que cuenta no es lo que el avance del coronavirus, sus variantes y mutaciones, haga con nosotros sino lo que seamos capaces de hacer para cerrarle el paso y ejercer un efectivo control de daños.

Los días por venir serán muy difíciles. Demandarán decisiones extremas y la capacidad de hacerlas cumplir. Sin consenso político eso deviene imposible. Hay que bajar las armas y arremangarse. El sistema sanitario llega a este fin de semana funcionando en lo que técnicamente se llama “saturación”.

En la mayoría de las provinciasa, los reportes de las grandes empresas de medicina prepaga dan cuenta de un estado de cosas alarmante. El sistema de camas de alta complejidad está al límite. El promedio de espera en situaciones de este tipo para acceder a un lugar en un centro hospitalario se ubica entre las 4 y 10 horas. Si se llega a la situación de colapso no habrá ambulancias para recoger enfermos. Habrá que esperar en casa hasta nuevo aviso.

Los esfuerzos por expandir las posibilidades del sistema no alcanzan la velocidad de los contagios. Si bien se anunció un aplanamiento de la curva en los últimos días, esto no detuvo la cantidad de infectados que se estabilizó en un rango muy alto.

De continuar este estado de cosas pasar de la “saturación” al “colapso” es cuestión de unos pocos días si no se toman medidas extremas. Si esto ocurre nos enfrentaremos a una situación sin precedentes de consecuencias catastróficas.

Fuentes del sector privado de la salud aseguran que a esta altura la única herramienta eficaz para evitarlo es un cierre total ( fase 1) de al menos tres semanas. Quienes advierten acerca de esta posibilidad aseguran que no hay margen de maniobra alguno.

Desde hace varias semanas los grandes centros privados de atención a la salud trabajan para expandir las posibilidades de atención pero todo resulta insuficiente de acuerdo a las proyecciones matemáticas que hoy manejan acerca de la evolución del SARS-COV-2.

Los sanatorios más importantes del país no solo han complejizado hoteles convirtiéndolos en hospitales para la emergencia sino que están “terapizando” las guardias médicas y quirófanos y convirtiendo en salas de internación incluso los sectores sociales hasta ahora destinados a familiares y acompañantes de los enfermos. Varios ya han comenzado a ocupar con camas las áreas de cafetería y comedores de los centros de salud. Un conocido sanatorio capitalino está preparando un predio ubicado en Córdoba y Jean Jaurés donde se montará un hospital de campaña en plena ciudad.

Desde el sector privado hacen lugar a la temeraria advertencia hecha por el Ministro de Salud de la Nación en el sentido de que ni aún quién paga el plan de cobertura médica más caro y completo del mercado tiene lugar asegurada en una UTI.

Desde hace unos días no solo se ha acelerado la externación en casos de patología NO COVID sino que se ordenó reprogramar las intervenciones quirúrgicas no urgentes.

Un tema que genera mucha alarma es la postergación de operaciones oncológicas. Otro tema que preocupa es poder sostener la provisión de oxígeno y de algunos medicamentos específicos para el tratamiento de COVID.

Está funcionando un observatorio permanente del monitoreo de camas para permitir la derivación público- privada y viceversa frente a la tensión de una demanda que no cede.

El tiempo de internación en alta complejidad está aumentando como consecuencia de la baja de edad de las personas que demandan esa atención. A menor edad del paciente es mayor el tiempo de permanencia en las unidades especializadas. Entre 4 y 6 semanas promedio.

La composición de la ola de contagios ha cambiado. Para los mayores de 80 no hay ola, debido a la vacunación y a los mayores cuidados. Los mayores de 70 enfrentan una ola menor pero el crecimiento es muy fuerte por debajo de esa edad, siendo la franja más crítica la de quienes tienen entre 50 y 60 años.

Entre 19 y 59 años el crecimiento de infectados fue galopante.

No hay evidencia de que las nuevas cepas, que ya tienen circulación comunitaria, afectan más gravemente a los jóvenes pero si al aumentar el número de contagios se dispara la estadística de los que demandan internación.

La semana que termina expuso de manera patética las dificultades que tenemos para articular un plan de acción consensuado que sea efectivo y a la vez respetado.

Lejos de adoptar una actitud compasiva, de firmeza y serenidad para recalcular las estrategias que demanda este momento, nuestra dirigencia volvió a mostrar su mezquindad política.

La feroz refriega que se desató en torno a la presencialidad en las escuelas expuso hasta qué punto el sesgo ideológico, la grieta y el cálculo electoralista pueden arrastrarnos al peor de los escenarios.

Una sociedad que está partida en dos y una dirigencia que fogonea a diario la confrontación como herramienta de construcción política no dispone de anticuerpos suficientes para sobrellevar esta tragedia.

La conversación pública está totalmente polucionada por las tensiones y el enfrentamiento. También por la desconfianza. El relato recargado apunta a meter a todos en el mismo barro.

Es imposible en este contexto mantener una campaña de comunicación indemne que genere respeto y acatamiento y pueda ser recibida sin recelos ni suspicacias. Todo lo que se dice y argumenta cae en un territorio de sospechas de tergiversación.

A los que no creen en la existencia del virus, a los que resisten el uso de barbijos o la vacunación, se suman ahora los que interpretan que los datos de contagios y letalidad están siendo manipulados. Así estamos.

Tras cortar todos los puentes con la oposición, el Presidente se cerró sobre el núcleo duro y decide y ejecuta políticas que no logra hacer cumplir. Va de traspié en traspié, arrastrando lo que le queda tras haber pulverizado la potestad de, al menos, dos de sus ministros.

La reaparición del re confirmado Ministro de Educación en una reunión con los representantes de las cámaras de los colegios privados dio cuenta de lo difícil que se le está poniendo al Ejecutivo. La desobediencia civil está tomando vida propia y excede los referentes naturales.

“El lugar más seguro para los chicos es la escuela”, le respondieron los directivos de la educación a Nicolás Trotta quien intentó convencerlos de acatar el DNU presidencial.

“Nosotros reportamos a la autoridad inmediata superior”, le dijeron. El Ministro regresó a la Casa Rosada con las manos vacías.

No habiendo cerrado todo, ni disponiendo el regreso a fase 1, esta lógica de las escuelas abiertas como sitio seguro de resguardo y contención es especialmente atendible en el caso de los sectores más vulnerables y populosos del conurbano.

Los chicos de los hogares más pobres no disponen de un espacio físico más saludable que la escuela.

¿Dónde van los chicos si las escuelas están cerradas? ¿al cuidado de quién quedan si las madres, en su mayoría jefas de hogar, tienen que salir a buscar el sustento con o sin clases presenciales a la vista? ¿cómo garantizarles algún acceso al aprendizaje sin conexión a internet, sin dispositivos y sin un adulto que los acompañe a permanecer conectados?

La resistencia masiva al cierre de las escuelas, que se tradujo en movilizaciones, abrazos y cacerolazos no supone desconocer la gravedad del cuadro sanitario sino que se inscribe en una lógica racional y en la necesidad de la gente de convivir con el virus reduciendo al máximos los riesgos. Desde el Gobierno se lo entiende como una provocación política motorizada por los medios y la oposición. Las posiciones están lacradas.

El debate sobre la continuidad de las clases puede transformarse, no obstante, en una cuestión menor o abstracta frente al colapso del sistema. Es una discusión que sólo tiene sentido mientras los cierres y restricciones sean parciales. ¿Por qué cerrar una escuela mientras hay comercios abiertos? ¿por qué dejar a los chicos en casa o en la calle cuando las ferias del conurbano están detonadas por la multitud. Frente al cierre total estaríamos hablando de otra cosa.

La combinación que supone una autoridad degradada, un fuerte componente de hartazgo social y la falta de vacunas demanda implementar medidas y restricciones con previo consenso. Si sólo dispone el Presidente puede que vuelva enfrentarse con la desobediencia de la calle.

La obsesión por presentar de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires como el foco infeccioso que pone en riesgo al país todo, y a Horacio Rodríguez Larreta como el eje del mal, sólo encubre las tremendas dificultades que enfrenta Kicillof para controlar la situación en los distritos más populosos del Gran Buenos Aires.

Esta estrategia sólo puede entenderse en relación a una estricta especulación electoral.

El núcleo duro de la coalición oficialista hace pie en el populoso conurbano bonaerense, un territorio hoy jaqueado por el avance del virus y por sus extremas condiciones de vulnerabilidad social, económica y sanitaria.

Los últimos números explican muchas cosas. De los 557 muertos reportados este viernes, 393 son de la Provincia de Buenos Aires y sobre los 27884 contagios informados a nivel país 14233 corresponden a los bonaerenses.

Si los dramáticos pronósticos que bajan desde el ámbito de la salud se confirman, todos estos debates y cuestiones pasarán a ser intrascendentes. Por las buenas o por las manos primará el instinto de supervivencia. Frente a una debacle en los centros asistenciales o una escalada de la cantidad de muertes la gente buscará protegerse saliendo de circulación.

Así como el falso dilema entre la vida y la economía que dominó las decisiones del 2020, dejó paso a pulseada entre salud y educación, los días por venir enfrentarán a toda la dirigencia a la tensión más compleja: la que se da entre lo sanitario y lo político.

La adopción de medidas de restricción extrema que están pidiendo a gritos desde el sistema médico, no solo demanda acuerdos y consensos sino que, por el carácter absolutamente impopular de los confinamientos, supone que sus ejecutores pagarán altísimos costos políticos.

No se hagan ilusiones: nadie va a salir indemne de la trágica situación que nos toca vivir. El virus interpela a todos los liderazgos y amenaza arrastrar en su paso devastador.

La pandemia nos afecta en los distintos planos de la vida y de los recursos de que disponemos y seamos capaces de poner en juego dependerá lo que pase con de todos y cada uno de nosotros. Solo cabe preguntarse si la dirigencia que hemos elegido y pretendemos respetar estará a la altura de las circunstancias.

Héctor Ariño
Periodistaobservador@yahoo.com.ar.

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