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Opinión

El gran desafío: que pandemia y política vayan de la mano en un año electoral

Su nombre e imagen eran sinónimo de rebeldía juvenil en los hoy lejanos finales de los ’80 y principios de los ’90. Cada cosa que hacía, buena o mala, llegaba a la tapa de los diarios y ocupaba preciados minutos en programas de radio y televisión a un lado y al otro del globo.

No había tenido una infancia feliz y esos fantasmas que lo atormentaban cada tanto salían a la luz y lo hacían reaccionar de la peor forma. Hasta que, paulatinamente, comenzó a ausentarse de los lugares que solía frecuentar, se peleó con quienes habían sido sus compañeros de ruta en tiempos de gloria y poco y nada se supo de él durante años.

El hombre atribulado por sus demonios le ganaba al artista talentoso la batalla y una generación se quedaba por largo rato sin uno de sus principales referentes. Pero un buen día volvió. Diferente desde la apariencia, porque el tiempo pasa para todos, y también distinto desde sus actitudes, ya no tan enojado con el mundo exterior ni con el propio y hasta riéndose de sus propios desatinos de antaño.

Pasó un largo camino para aquel joven de cabellos colorados que allá lejos y hace tiempo no tenía problemas en lanzarse del escenario para agarrarse a trompadas con alguien del público o que incluso se grabó teniendo sexo en un estudio con la chica del baterista de su banda e incluyó ese sonoro orgasmo en la canción que cierra el disco debut más vendido de toda la historia de la música.

El señor que el 6 de febrero cumplió 59 años hoy es una caricatura de si mismo, pero en el mejor sentido de la palabra porque este jueves se estrenó el capítulo de Scooby Doo que lo tiene como invitado de lujo. Y no es la primera vez que está dibujado, hace unos años ya había pasado por la misma experiencia en un episodio de los Looney Toons en el que se ocupó de salvar al mundo a puro alarido rompe rocas.

Si Axl Rose, cantante de Guns N’ Roses por si algún desprevenido no lo tiene, fue capaz de hacer semejante mutación por motu propio para adaptarse a los tiempos y a las circunstancias, todavía hay esperanzas para el resto de los mortales.

Por estas pampas, quienes deberán cambiar si no quieren chocar el barco con todos nosotros adentro son los políticos argentinos. Es que luego de un eterno 2020 en el que el coronavirus marcó el camino de todo, este 2021 en el que la pandemia también lo sigue siendo todo (aunque a veces no parezca mientras miramos MasterChef), viene con un condimento extra, bastante picante por cierto, pero extra al fin.

Tras el veranito de aparente calma que duró enero y algunas semanas de febrero, finalmente comenzó la «temporada electoral 2021» en un año en el que se juega mucho más que el recambio legislativo nominal que implica la renovación de bancas.

Y el «Vacuna gate» abrió justamente el portón para que de un lado y del otro se tiraran con «de todo» aprovechando la ocasión. Sin entrar en los detalles del hecho propiamente dicho ni ahondar en las «justificaciones» posteriores al escándalo, la salida de Ginés González García del Ministerio de Salud está llamada a ser un «tristemente célebre» clásico como «los pollos de Mazzorín» o los «bolsos en el monasterio de López», por ejemplo.

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