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Opinión

El humor social: el desafío de hacer campaña en la adversidad

Muchos de los últimos sondeos de opinión han comenzado a manifestar que la economía aventaja a cualquier otro tema de preocupación ciudadana
Con el debate sobre un nuevo calendario electoral en ciernes, el clima electoral comenzó a calentarse.
Más allá de que persiste la incertidumbre en torno a la posible prórroga o suspensión de las PASO, esta semana comenzaron a circular una serie de estudios de opinión pública que alertaron a propios y extraños sobre la percepción de los electores y la consolidación del tan mentado “humor social”.
Resulta a todas luces evidente que la convivencia prolongada entre crisis sanitaria y crisis económica ha comenzado a cristalizarse en el humor social y ello, en un año electoral, puede traducirse en premios y castigos. No es nueva la preocupación de los electores por las variables económicas, sobre todo por aquellas que hacen a las condiciones materiales de su propia existencia, es decir, las que se refieren no tanto a las grandes variables macroeconómicas sino a lo que se conoce como la “economía real”. Pero lo que un conjunto de encuestas de opinión pública ha comenzado a manifestar con fuerza en estos últimos días, es que la economía aventaja esta vez, y por mucho margen, a cualquier otro tema de preocupación ciudadana.

En la jerga de los encuestadores, se suele decir que uno de los principales desafíos a la hora de captar realmente lo que la gente piensa y siente, es el eludir lo políticamente correcto. En otras palabras, a veces la gente miente en una encuesta para quedar bien. Así, cuando se le pregunta a un encuestado sobre cuál es el tema más importante, suele señalar la educación, la salud, la economía, el trabajo, etc. Estos son temas que resultan políticamente correctos de mencionar, sin embargo, pueden no ser realmente los temas que muevan finalmente el “amperímetro” electoral y que lleven a un elector a depositar su voto por uno u otro candidato.

Para captar esas percepciones más profundas y ajustadas a la realidad, los encuestadores preguntan, entre otras cuestiones, que es lo más importante para “usted y su familia”. En estos últimos días, esa pregunta llevó a que el conjunto de temas vinculados a la economía, superasen por mucho a cualquiera de los otros. Así, importantes tópicos de otras contiendas electorales como la inseguridad, la educación o la vivienda, se desplazan bastante por detrás del desempleo, la inflación, el dólar, la escasa capacidad de ahorro…. en definitiva, la economía.

En sintonía con ello, una de las preguntas más interesantes que ayudan a calibrar la brújula electoral, es la retrospectiva, es decir si “está mejor, igual o peor que hace un año”. La respuesta de esta pregunta resulta esclarecedora: desde abril de 2018, cuando el dólar comenzó su escalada frenética y el gobierno de Macri comenzó a perder todo control posible de la economía, el pesimismo se mantuvo como una peligrosa constante en la opinión pública.

Hay dos excepciones que cabe la pena mencionar respecto al alto humor pesimista que hemos venido arrastrando desde entonces. La primera es en las vísperas de la contienda electoral de 2019 y la segunda entre diciembre y marzo de 2020. Así, el triunfo electoral y los primeros meses de gestión de Alberto lograron que muchos argentinos renovasen sus expectativas sobre el gobierno que arrancaba y el cambio de signo político que ello significaba. Sin embargo, la sorpresiva llegada del Covid 19, la prolongada cuarentena y otras medidas restrictivas, y el impacto que todo ello tuvo sobre la delicada economía que heredó Alberto Fernández de la gestión Macri, comenzaron a empeorar el humor social de los argentinos.

Dentro del basto universo de frases célebres, la consultoría política suele repetir una, esgrimida a comienzos de la década de 1990 por el consultor James Carville, uno de los artífices del éxito electoral de Bill Clinton, por entonces gobernador de Arkansas y aspirante a la Casa Blanca frente a un George Bush padre que iba por su reelección, y que rápidamente -en gran parte debido al éxito de la campaña- se convirtió en un mantra repetido por la política en su conjunto: ¡Es la de la economía, estúpido!

El supuesto de que, si la economía va mal, nada queda por hacer para persuadir a los electores y el futuro del candidato oficialista estará condenado, es parte del sentido común de muchos amateurs de las contiendas electorales. Sin embargo, hay una vastedad de experiencias de todo nivel (nacionales, provinciales y municipales) que dan cuenta de que no todo es la economía. Incluso, se podría afirmar que más que la economía, lo que importa es la percepción de la economía.

Sin remontarnos tanto en el tiempo o en la geografía, cabe recordar que el escenario electoral que tenía por delante el gobierno de Macri en 2017 no se caracterizaba justamente por contar con las variables económicas ordenadas y pujantes. Por lo contrario, el gobierno tenía que legitimar su gestión habiendo hecho un ajuste muy fuerte en los servicios básicos (agua, luz y gas), sin haber podido mitigar la inflación y con números altos de desempleo. Sin embargo, el antagonismo planteado entre el kirchnerismo de Cristina, arrastrando causas de corrupción, se enfrentó a la por entonces María Eugenia Vidal y un unificado mensaje nacional esperanzador que ponía las expectativas en el futuro. Así, el gobierno logró ganar la puja por el escenario electoral: mientras el kirchnerismo en 2017 ofrecía pasado, corrupción, los mismos de siempre y las prácticas poco dialoguistas de amplios sectores del kirchnerismo, Cambiemos ofrecía frescura, esperanza, variedad de actores, etc.

Una de las principales críticas que se le ha esgrimido a este gobierno es el haber asumido, con el advenimiento de la pandemia, una postura reactiva, más que propositiva o de control de la agenda. En breves palabras, y como se suele decir coloquialmente, el gobierno se concentró en “atajar penales” en vez de plantear escenarios beneficiosos, “armar jugadas y meter goles”. Resulta evidente que este inesperado contexto nacional e internacional que trastocó cualquier programa y suscitó la necesidad de improvisar en un primer momento, como lo fue la pandemia, coadyuvó a que el Gobierno no pudiese llevar a cabo una agenda propia.

Lo cierto es que a más de un año de haber iniciado la cuarentena, es necesario que el Gobierno repiense su postura y haga los cambios necesarios para incidir con mayor firmeza en la agenda pública. Sobre todo, porque en frente tiene una contienda electoral con la cual puede legitimar su imagen, actores y decisiones, o darle paso a una oposición heterogénea que busca posicionarse de cara a 2023.

Héctor Ariño
Periodistaobservador@yahoo.com.ar.

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