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Opinión

Las maldiciones, las bendiciones, la “deflación” del 2020 y la inflación del 2021

Si el año que viene ingresan más dólares comerciales por la mejora en los precios internacionales de los commodities, se podrá financiar el rebote de la economía. Será clave reducir la brecha cambiaria y recuperar el valor de los bonos de deuda.

El índice de precios de los alimentos y materias primas alimenticias que elabora la FAO está en su máximo respecto de los últimos tres años, pero muy lejos de los valores que alcanzó en su pico del 2011.
Resulta curioso escuchar a economistas del Cristinismo considerar a esta situación como una “maldición”, teniendo en cuenta que, además de las condiciones políticas, ese récord del precio de las materias primas alimenticias (soft commodities para los amigos) “ayudó” y mucho al último triunfo electoral de Cristina Kirchner. Para un país exportador, que los precios de venta de sus productos suban resulta, claramente, una bendición.

En cambio, la suba de los precios de las materias primas alimenticias es un gran problema para los países importadores de estos productos. De hecho, la ahora desflecada “primavera árabe” se gatilló en ese período (otra vez en paralelo a las condiciones socio políticas) por las protestas originadas en la suba de los precios internos de los alimentos en los países del norte de África (importadores netos).

La variación de los precios de los commodities alimenticios, como la del resto de los commodities, se vincula con problemas de oferta y demanda, pero también con cuestiones relacionadas con la fortaleza o debilidad del dólar, la moneda en que se comercian estos productos. Dólar fuerte, significa que esa moneda puede comprar más producto (bajos precios), dólar débil es lo opuesto. Estamos en una etapa de dólar débil, derivada de la necesidad de la Reserva Federal de moderar las consecuencias económico-financieras de la pandemia, a lo que se le suman, como decía, cuestiones de oferta (sequías, por ejemplo) y demanda (la recuperación de China, y sus problemas internos en la producción de alimentos). Dólar débil, a su vez, es tasa de interés internacional muy baja, lo que lleva a muchos fondos de inversión (aún con limitaciones regulatorias) a especular en commodities para ganar con la variación de los precios. Esto explica el actual ciclo favorable de los precios de los commodities en general y de los alimenticios en particular. Dicho sea de paso, el ciclo récord del 2010- 2012, también se relacionó con la política de la Reserva Federal, en ese caso, como remedio a la crisis financiera del 2008.

Pero este tema de los ciclos de los precios de los commodities no es nuevo, ni mucho menos. Algunos países exportadores tratan de amortiguar la influencia de estos vaivenes en sus precios internos, “ahorrando” en un Fondo Anticíclico, en las subas, y gastando en las malas (petróleo en Noruega o cobre en Chile). Otros, como Canadá, Australia, Nueva Zelanda y más recientemente algunos países latinoamericanos, prefirieron ser “neutrales” en este aspecto y crearon un sistema de “commodity currency” (con perdón de las palabras).

Me explico. Los precios externos de los bienes que se exportan e importan se transforman en precios internos a través del tipo de cambio. Esos países, decidieron “flotar” con sus monedas al ritmo del precio de los commodities. Cuando el precio internacional sube, reciben más dólares por sus exportaciones, (y más ingreso de capitales por expectativas favorables) hay más oferta de divisas y su moneda se aprecia (el dólar es más barato), y por lo tanto los precios internos se mantienen bajos, porque el aumento del precio en dólares se “compensa” con la baja del tipo de cambio. Por el contrario, cuando el precio de los commodities baja, entran menos dólares a esos países, el tipo de cambio sube y balancea internamente la caída del precio internacional. Por supuesto que esta política cambiaria sólo es posible en economías abiertas, con aranceles e impuestos estables, con una política monetaria “independiente” y una política fiscal equilibrada.

En nuestro país, que se niega a esas políticas hace décadas, cuando aumenta el precio de los commodities e ingresan más dólares, también suben los precios internos, porque se multiplican por un tipo de cambio que no “flota”, sino que se aumenta de precio contra el peso. Esa suba, entonces, es vista, desde el Estado, como una “renta extraordinaria de los productores” de la que hay que apropiarse y redistribuir. Pero cuando bajan los precios de los commodities, como no hay fondo anticíclico, mal año.

En otras palabras, en el mercado agropecuario argentino “las ganancias extraordinarias se socializan, las pérdidas extraordinarias se privatizan”.
La socialización de las ganancias se instrumenta de distintas formas y se la llama “desacople” de los precios internos de los internacionales. En la mayoría de los casos, el mecanismo son los impuestos a la exportación (retenciones). El gobierno se queda con parte o toda la renta y después “la reparte”. En otros casos, se prohíben las exportaciones, de manera que los que usan esas materias primas como insumos, las compren más baratas y sean ellos los que “repartan”. Muchas veces se usan las dos medidas a la vez, impuestos y prohibiciones. Obviamente, los productores tratan de eludir estas “quitas”. Cuando pueden, sustituyen productos (soja en lugar de maíz, o carne). Cuando pueden se van a invertir a otro lado (petróleo y gas).

Lo interesante, detrás de esta política, es que supone que el Estado “reparte mejor” esa renta extraordinaria que el sector privado, lo cuál no es trivial, y habría que probarlo. Para la política, es mejor crear clientelismo público, que alentar inversión y empleo privado.

Lo segundo interesante es la gran confusión de creer que estos mecanismos de “desacople” dan lugar a precios internos que protegen la mesa de los argentinos. Pero resulta que en los países en dónde rige el precio internacional, la tasa de inflación es 4% anual y aquí, dónde rigen “otros precios”, la tasa de inflación es del 4% mensual. Lo que prueba una vez más, que el problema es la política monetaria, cambiaria y fiscal, es decir la macro, y no la micro sectorial.

Como ya comenté muchas veces, gran parte de los argentinos tenemos una moneda que es el dólar, mientras que los sectores de menores recursos reciben y gastan con una cuasi moneda que es el peso (incluyendo los receptores de gasto público). En la Argentina del 2020, los que usan como moneda al dólar, no tuvieron inflación, sino “deflación”. La Argentina medida en dólares, es mucho más barata de lo que era a finales del 2019. En cambio, los que sólo pueden manejarse en pesos han perdido con el 36% de inflación promedio, y con la aceleración de la inflación de los últimos meses. La recesión del 2020 fue suavizada, porque quienes tienen como moneda al dólar, aprovecharon la deflación para comprar bienes “baratos”, mientras que los que sólo reciben la cuasi moneda pesos, perdieron en términos reales, porque sus ingresos aumentaron menos que los precios de los bienes que consumen (y eso que estuvieron “desacoplados” respecto de sus costos eficientes, la energía, el transporte, y otros servicios regulados, además de los alimentos). Otra vez, el “reparto Hood Robin”.

Mirando el 2021, año electoral, si ingresaran más dólares comerciales por la mejora en los precios internacionales, que permitirían algo más de importaciones de insumos y ciertos bienes, se podrá financiar el rebote de la economía (pandemia, protocolos, y vacunas mediante). Pero la clave para lograr que haya recuperación de los salarios reales, e “inflación en dólares” será la capacidad de reducir la brecha cambiaria y recuperar el valor de los bonos de deuda. Sobre lo primero, juegan en contra la política monetaria, con el “desacople” de la tasa de interés respecto de la tasa de inflación esperada, la necesidad de seguir emitiendo pesos agravando el exceso actual y una tasa de inflación en velocidad crucero superior al 3% mensual, que hace difícil “anclar” algo. Sobre lo segundo, mejoras en el precio de la deuda argentina, juega a favor el escenario internacional de super liquidez, y en contra la política agresiva del gobierno contra la renovación “amistosa” de las deudas provinciales y corporativas, y las pocas ganas de los fondos globales de tener en cartera un bono argentino ilíquido, que no paga intereses en el corto plazo, si no que sólo devenga. A eso se le suma: las perspectivas negativas de un “acuerdo de compromiso con el FMI”, precios relativos en contra de la inversión y el empleo y, sobre todo, la expectativa de que, después de las elecciones, cualquiera fuera su resultado, quedarán, como mínimo, dos años más del gobierno de Cristina y Alberto ( en ese orden)

Héctor Ariño
Periodistaobservador@yahoo.com.ar.

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