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Opinión

¿Se puede tener una vida digna sin acceder al arte o poder ir a la escuela?

El retorno de los niños a las aulas será eternamente recordado por ellos, por lo que necesitamos que sea cuanto antes.

Hay algo en la declaración de esencialidad que remite directamente a definir quiénes son indispensables para el funcionamiento de un territorio, pero también delimita quiénes van a correr más riesgos para que las sociedades sigan andando.

Por ambos sentidos, los Estados asumen aún más obligaciones para cuidarlos y les brinda un reconocimiento particular. Así, en plena escalada pandémica, donde la incertidumbre por los daños que producía un virus nuevo era mayor a la que vivimos hoy, cientos de miles de personas fueron a ponerle el cuerpo para servir a sus ciudades o pueblos. Médicos, enfermeros, personal sanitario, fuerzas de seguridad, colectiveros, transportistas o cajeros de supermercado hicieron sus esfuerzos para que la vida de todos se pudiera desarrollar de la mejor manera posible. Ellos, lógicamente, son esenciales, pero tal vez podríamos agregar otras actividades a ese criterio. O al menos plantearnos qué simbolizaría hacerlo.

Con protocolos estrictos y el trabajo duro del sector público y privado, en noviembre pasado volvió el teatro a la Ciudad y con él se reavivó algo que hizo de Buenos Aires un lugar único a nivel continental y mundial: su cultura. Más allá del permanente movimiento de artistas por las diferentes plataformas virtuales, este renacer demostró lo vital de la presencialidad a la hora de exponernos al arte. Volvimos a vivir emociones únicas y pudimos hacerlo de manera responsable, tal es así que no hay indicios de que, siguiendo todas las recomendaciones, las salas sean focos de contagio.

Hace unos días leí que en una investigación del Fraunhofer Heinrich Hertz Institute, respaldada por la Agencia de medioambiente alemana, concluyeron que el riesgo de transmisión podría ”casi descartarse”, siempre que el lugar pueda renovar el aire y todos los asistentes usen tapabocas. El estudio se realizó en el Konzerthaus de Dortmund con 1500 butacas (aunque los investigadores afirmaron que los resultados pueden aplicarse a lugares de tamaño similar, pero con una capacidad reducida al 50 por ciento) durante tres días en noviembre, para analizar el movimiento de partículas en el aire, usando un robot que simulaba la respiración humana y medía la transmisión de aerosoles.

Los ciudadanos volvieron a vivir cultura y, si bien no puedo hablar en nombre de cada uno de los que presenciaron una obra de teatro, me atrevo a arriesgar que ese reencuentro fue inolvidable. De la misma manera, aventuro que el retorno de los niños a las escuelas será eternamente recordado por ellos, por lo que necesitamos que sea cuanto antes. Días atrás, Unicef pidió que se priorice el regreso a las aulas en las mejores condiciones de seguridad, y recomendó que en caso de que se necesite reconfinar, los establecimientos escolares sean los últimos en cerrar y los primeros en volver a abrirse. Para trazar un paralelismo con el mundo de la cultura y con lo que mencionaba con anterioridad, los análisis actuales demuestran que, según el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, la educación presencial “no parece ser el principal promotor de los incrementos de la infección, los estudiantes no parecen estar expuestos a mayores riesgos de infección en comparación con el hecho de no asistir a la escuela cuando se aplican medidas de mitigación, y el personal escolar tampoco parece estar expuesto a mayores riesgos relativos en comparación con la población general”. Otro punto en común entre arte y escuela en tiempos de COVID-19 radica en los esfuerzos que pusieron los docentes en llegar a los hogares de manera remota, brindando lo mejor de ellos para que alumnos y alumnas de todo el país no perdieran el año. ¿Alguien podría poner en duda que la docencia es una actividad esencial?

Muchas veces, cuando se habla del dolor de no tener empleo, aparece la idea de “dignidad” que nos da el trabajo. Es curioso que esa figura (en la que no me extenderé en este texto, pero que merece ser debatida) nunca se utilice para hablar de Cultura y Educación. Porque, en definitiva, ¿se puede tener una vida digna sin acceder al arte o sin poder ir a la escuela? ¿Cuántas cosas son más esenciales que esas?

Héctor Ariño
Periodistaobservador@yahoo.com.ar.

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