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Opinión

Universidad: calidad y evaluación educativa

La evaluación, como todo cambio o elemento novedoso introducido en una cultura educativa que no estaba acostumbrada a reflexionar sobre sí misma, posiblemente puede crear un clima de temores y desconfianza.

Por Lic. Daniela Enrique (1)
Lic. Hugo Alberto Degiovanni (2)

En muchos países del mundo ilustrado, las reformas universitarias establecieron -como uno de sus principales objetivos pedagógicos- la calidad de la educación superior.

Este propósito no ha resultado ajeno al ámbito académico de la República Argentina, convirtiéndose en una tarea en la que centran todos sus esfuerzos las instituciones educativas, aun cuando esa labor conlleva un sinnúmero de inconvenientes. Entre ellos, destacamos la interpretación del término “calidad”, ya que el mismo no admite una sola conceptualización.

Ello se debe a que todas las reflexiones que se realicen sobre la calidad del proceso de enseñanza-aprendizaje van estar influenciadas por concepciones político-ideológicas, sociales y culturales e implementaciones prácticas y teóricas, además de diferentes intereses igualmente políticos e ideológicos, que llegan muchas veces a superar la mera contradicción para arribar, inevitablemente, en un sincretismo cuestionable.

La calidad educativa es una aspiración necesaria en la que intervienen distintas variables: en primer término ubicamos lo que se posee y lo que se necesita; una vez lograda esta primera apreciación de la realidad institucional, se debe atender al ritmo (continuo y sistemático) con el que sus dificultades puedan ser superadas gradualmente, mediante un proyecto también institucional.
En segundo lugar y vinculado estrechamente a la calidad educativa surgirá también el examen de las evaluaciones (interna y externa), instaurado ya como una actividad permanente en las universidades.

Estas inquietudes no son novedosas. Se ha dicho que “El tema de la evaluación universitaria, en un contexto de inevitables imperativos para alcanzar mayores niveles de calidad en las funciones que realizan las universidades latinoamericanas, ha estado siempre presente en la agenda de los educadores ya que no es un asunto surgido recientemente” (GAGO HUGUET; a. Evaluación Universitaria en América Latina. En revista Universidades. UDUAL. Año XLVI. Nro.11. I/V/96. México), pese a que un observador casual del actual ‘movimiento de evaluación’ en educación superior podría sentirse tentado a concluir que nuestras facultades y universidades no se han interesado, particularmente, por la evaluación hasta hace muy poco tiempo.

Ésta permite formular un proyecto institucional, en el que veremos reflejados sus objetivos y metas, los estilos y modos propuestos para enseñar, los caminos y medios al alcance de sus alumnos, actividades a modo de construcción en las que se encuentren verdaderamente contenidas tanto la institución evaluada como sus docentes y alumnos.

Calidad y evaluación son conceptos a re-construir, “y la tesis es que la experiencia, el ejercicio institucional de evaluar, genera nuevas posiciones teóricas y por ende nuevas prácticas” . Por lo mismo, en este tema, simultáneamente se trabajará con una importante dosis de incertidumbre, vale decir en estado permanente de revisión y recreación de todos los supuestos didácticos y pedagógicos a utilizar.
Reflexionar sobre la Institución -entre todos los actores de la misma- no debe considerarse un elemento limitador, sino la correspondencia entre el todo y las partes, constituyendo actividades imprescindibles que evitarán que la formulación de los objetivos de conjunto resulte una incoherente agregación de partes.

Para ello, además, debemos ser conscientes que todo proceso de auto-evaluación implica dos condiciones importantes, a ser consideradas: “En primer lugar, que exista motivación interna en los actores instituciones, quienes deben estar de acuerdo y tener voluntad sincera de llevar a cabo el proceso. Esto es parte de lo que se llamó la cultura Institucional. En Segundo lugar, es también condición esencial el decidido respaldo institucional, tanto para la realización de autoestudio mismo, como para la implantación de sus resultados y posterior seguimiento de los cambios acordados” (AYARZAm Hernal. Evaluación de la educación superior como estrategia para el cambio. Revista Nuestras universidades. Nro.9 Enero/junio 1995. Bibliografía U.C. Cuyo. Pág.5)

La evaluación, como todo cambio o elemento novedoso introducido en una cultura educativa que no estaba acostumbrada a reflexionar sobre sí misma, posiblemente puede crear un clima de temores y desconfianza.

En respuesta a ello nos parece oportuno finalizar con esta reflexión: “Aquí no hay lugar para la decepción, la desesperanza en esta materia es propia solamente de aquellos que han vivido por años en un paraíso de tontos y repentinamente pasan a inventarse un infierno de tontos.

Estamos viviendo por el contrario, uno de los momentos más revigorizantes del siglo veintiuno: un momento en que las nuevas generaciones, sin los prejuicios del pasado, sin teorías que se presenten a sí mismas como verdades absolutas de la historia, están construyendo nuevos discursos emancipatorios, más humanos, diversos y democráticos”. (DE ALBA, Alicia. Constitución del Curriculum y Estado evaluador. Rev.Pens. univ. Pág.2)

(1) Daniela G. Enrique: Profesora Universitaria y Licenciada Psicopedagogía; Especialidad Psicopedagogía con Orientación Clínica; Prof.Tit. de Psicología y Epistemología Genética, Psicología, UCES-Rafaela

(2) Hugo A. Degiovanni. Abogado; Especialista en la Enseñanza de la Educación Superior (CONEAU); Licenciado en Gestión de Instituciones Educativas.

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