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Opinión

Con el enfrentamiento en el Mercosur, el Gobierno arriesga “los años después”

El bloque está todavía lejos de la plena integración que promete un mercado común, tanto para empresas como para personas. Por qué Alberto Fernández no sólo está comprometiendo el día después, también podría comprometer “los años después”
Un marco de integración regional como el Mercosur presenta distintas dimensiones para sus miembros. La primera, y más obvia, la de ofrecer un mercado más amplio al de cada país para el libre acceso de sus empresas, trabajadores y consumidores. Más escala, más competencia, más variedad de productos y servicios, más y mejores negocios.

La segunda dimensión se vincula con la capacidad de un organismo regional para unificar criterios entre sus países miembros y coordinar su participación en los acuerdos globales, en los accesos a otros mercados regionales, o en otras negociaciones internacionales.

La tercera dimensión es la de ofrecer un paraguas institucional para la estabilidad macroeconómica y las reglas de juego de largo plazo, como poderoso complemento de las condiciones predominantes en cada uno de sus integrantes.

Repasando en general estas tres dimensiones, resulta claro que el Mercosur, pasados 30 años desde su creación, ha cumplido muy poco con los objetivos implícitos en las mismas.

En efecto, después de tres décadas, el libre acceso a los mercados individuales de cada país presenta, todavía, limitaciones de distinto tipo, salvo honrosas excepciones. Lo mismo ocurre con la libre movilidad de trabajadores, profesionales, ciudadanos en general y con el acceso, como consumidores, a una oferta de productos y servicios más amplia. Es cierto que existen ventajas arancelarias y de cuotas de mercado, pero estamos todavía lejos de la plena integración que promete un mercado común, tanto para empresas como para personas.

Respecto de la capacidad del Mercosur para avanzar en acuerdos con otros marcos regionales de manera de aprovechar las ventajas de la globalización y los cambios producidos en los esquemas de producción y comercio internacional en todo este período, los resultados están a la vista, muy magros, en términos absolutos y mucho más en términos relativos, al comparar con otros arreglos regionales, tanto en Latinoamérica, como en el resto del mundo.

Finalmente, quizás el fracaso mayor esté vinculado con la falta de construcción de un paraguas institucional, macroeconómico y de reglas de largo plazo, que compensaran las debilidades individuales de cada país, y permitieran el florecimiento de la inversión, el crecimiento y el empleo.

En síntesis, no resulta exagerado, más allá, insisto, de algunos sectores en particular, considerar al Mercosur como un proyecto frustrado, o al menos incompleto.

Esta extensa introducción me sirve para explicar mi desorientación. La posición argentina frente a los recientes planteos de sus socios, en particular, Brasil y Uruguay, me resulta, sinceramente, inexplicable.

Si hay un país que necesita insertarse en la economía global en forma más agresiva es, precisamente, el nuestro. Por su estructura productiva, por su stock de recursos naturales y humanos, por su dimensión y escala, por su aislamiento financiero, y por los crecientes requerimientos globales de desarrollo sustentable. Pero, en lugar de aprovechar la nueva dinámica que se quiere discutir internamente en el bloque, para llevar las decisiones al plano que nos conviene y sirve, se prefiere el negacionismo y el enfrentamiento. Enfrentamiento que nos aleja todavía más de los objetivos de largo plazo que el propio gobierno declama en cada intervención pública.

Nos aleja del objetivo de alentar la inversión privada y el empleo formal, que toma en cuenta la inserción global de un país para la toma de decisiones de radicación.

Nos aleja del objetivo de reducir el riesgo país, y recuperar el acceso al mercado internacional de capitales para las empresas locales.

Nos aleja, finalmente, del objetivo, más amplio, de lograr un nuevo papel geopolítico en la región. El resultado de las candidaturas argentinas a la presidencia del BID y de la CAF, son elocuentes ejemplos.

El presidente Fernández parece creer que su mandato termina en noviembre de 2021. Con la política fiscal, monetaria, cambiaria y de precios e ingresos de estos meses, de la que hablamos largamente desde esta columna, está comprometiendo “el día después”. Y ahora, con su posición respecto del futuro del Mercosur, no sólo está comprometiendo el día después, también podría comprometer “los años después”.

Al parecer, el presidente Fernández, no está dispuesto, aún poniendo en riesgo el futuro exitoso de su gobierno, a mezclarse con la Patria Grande que viene de la selva, ni con la globalización que desciende de los barcos.

Héctor Ariño
Periodistaobservador@yahoo.com.ar.

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