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Opinión

Cuatro años de perspectiva de género y ultrafeminismo no dejan un buen balance

En el último tiempo fuimos bombardeados -y bombardeadas- con el relato de una lucha epopéyica contra un inexistente patriarcado; la fábula de una revolución que no por imaginaria dejó de tener efectos en la realidad, y no precisamente positivos

Por
Claudia Peiró
25 Nov, 2023

¿Reflexionan las feministas de hoy sobre cuál es la responsabilidad de su auto festejado movimiento en el hecho de que la propuesta de un candidato de cerrar el Ministerio de la Mujer haya sido una de las más festejadas y le haya traído tantas adhesiones?

Dos días después de las elecciones hubo un cruce muy interesante entre Amalia Granata y Nancy Dupláa por el futuro probable cierre del Ministerio de la Mujer.

Obviamente, la primera lo festeja, la segunda lo lamenta. Pero lo interesante son los argumentos de la crítica de la actriz a la diputada santafesina porque allí están concentrados los ejes de la ficción que ha sido el feminismo de tercera ola que venimos padeciendo desde hace unos años. Y del relato que, ahora con voz llorona, vamos a seguir escuchando en los próximos tiempos.

Antes de entrar al detalle del debate Granata-Dupláa, vale la pena hacer algunas precisiones, porque luego de 4 años de gobierno feminista -de supuesta constante “ampliación de derechos”-, llegó la hora del balance… y no es nada bueno.

En primer lugar, hay que reiterar que la virulencia del feminismo actual es directamente proporcional a la emancipación de la mujer. Es decir, este movimiento es más violento, radical y ultra en sus reclamos allí donde la mujer más libre es y de más derechos goza. Es decir, en las sociedades occidentales y cristianas. Simone de Beauvoir lo dijo en 1949 (¡1949!): “Hemos ganado la partida”. Lo dijo y lo escribió, pero las feministas de hoy parecen no haber leído a su principal profetisa.

En la “biblia” feminista que es El Segundo Sexo, De Beauvoir escribió: “Ya no somos combatientes, como nuestras mayores; en general, hemos ganado la batalla”. Pero hete aquí que apareció -acá y en todos los países occidentales- un ejército de “luchadoras” que vino a conquistar lo que ya estaba conquistado, a liberar a quienes no somos esclavas ni estamos sometidas, a hacer una “revolución” que hace décadas está hecha y a adjudicarse la obtención de derechos de los que ya gozábamos y no por obra y gracia de ningún feminismo.

El gobierno de Alberto Fernández y Cristina Kirchner vio en esta “revolución” -una rara revolución promovida desde arriba y desde afuera- la cobertura ideal a su inoperancia.

La actual Vicepresidente abrazó la agenda antinatalista tan temprano como en 2014, renegando de sus anteriores iniciativas provida (AUH para embarazadas, plan cunita, oposición a la legalización del aborto, etc), y en esta conversión fue muy exitosa: la tasa de natalidad se derrumba en la Argentina desde ese momento bisagra. Y a Cristina Kirchner la felicita George Soros, lobbista internacional, con quien ella se reunió en dos ocasiones sin comunicar el motivo y sin que, extrañamente, sus antiimperialistas seguidores le preguntaran por el temario de esos encuentros.

Alberto Fernández, por su parte, se concentró tanto en la agenda feminista que terminó al frente de un gobierno queer, un gobierno para una minoría de minorías, inspirado por una ideología ajena al pensamiento mayoritario de los argentinos. En plena pandemia, además de las licitaciones para comprar penes de madera y las campañas para que los adolescentes se esterilicen desde los 16 años, estaba promoviendo la legalización del aborto -”soy católico, pero…”- y el DNI no binario.

En medio de una situación socioeconómica crítica, su administración se jactaba de tener un presupuesto con perspectiva de género, sin que a los argentinos -y las argentinas- nos quede claro qué significa eso ni cuál ha sido el beneficio para la sociedad.

Granata vs Dupláa
“Hagamos una despedida que se nos va el Ministerio de la Mujer”, fue la ironía de Amalia Granata la noche del balotaje.

En la réplica de Nancy Dupláa está contenido todo el verso con el que gente que consume sus propias ficciones nos machacó en estos años. La actriz eligió citar a una escritora feminista, María Florencia Freijo, cuyos libros son un compilado de todas las (pos)verdades y lugares comunes del neofeminismo: “No se van las millones de niñas y mujeres que creen en él, Amalia. Tuvimos años y años sin Ministerio e igual creamos sentido, cultura y cosas hermosas”. Difícil saber de qué habla. Cuesta mucho creer que haya millones de mujeres con fe en que ese Ministerio les pueda aportar algo.

En la Argentina, además, todos los avances, todas las conquistas en materia de igualdad entre sexos y de derechos para la mujer fueron resultado de un trabajo colectivo, no fruto de una lucha de feminismos que en Argentina nunca tuvieron protagonismo y jamás pasaron de ser expresiones minoritarias.

“No escupas para arriba, consejo -agrega Freijo-. La historia me cuenta que las feministas cada vez son más año a año, trascendimos lo partidario y sobre todo seguimos conquistando los derechos de los que vos disfrutás. Te dimos todo”.

Acá alcanzamos las cumbres del cuento feminista. “Te dimos todo”…

Falso: las mujeres argentinas no le debemos nada al activismo ni al funcionariado feminista. Nada bueno, en todo caso.

Como bien les replicó Granata en un programa de televisión, “los hombres y las mujeres en este país tenemos los mismos derechos, ante la ley somos iguales”.

Sin embargo, con toda soberbia, Dupláa (repitiendo a Freijo) le dijo: “Hay que ser más leída y menos gritona. Hay que tener menos odios y más formación. Eso define a las personas con altura y argumentos de las panelistas de un programucho de chimentos”. La paja en el ojo ajeno.

¿Qué replican las cabezas colonizadas del feminismo mainstream cuando uno les dice que las argentinas estamos en plena posesión y ejercicio de nuestros derechos desde hace añares? Como esa es una verdad irrefutable, hay que escaparse por la tangente.

“Pero no tenemos las mismas oportunidades…”, dijo por ejemplo una de las panelistas del programa en el que estaba Granata.

El argumento es, siempre, subjetivo. Porque, o de las oportunidades te privan la ley, las instituciones, las normas, el contexto, o nadie te priva de oportunidades. Muchos argentinos carecen de oportunidades, es cierto, y cada vez son más en este contexto de deterioro socioeconómico, pero no es por género sino por condición social.

Todos los argumentos del feminismo son subjetivos, porque en la Argentina -no me canso de decirlo- no existe ninguna, ninguna, ley, ni norma, ni institución, que consagre la superioridad del varón sobre la mujer. Ninguna. Y esto es de larga data. Hace décadas que las mujeres en este país tenemos derecho a votar y ser votadas, a ocupar un tercio de las bancas en el congreso (desde 1991, o sea, desde hace más de 30 años), a cursar cualquier carrera y acceder a cualquier trabajo. Y no se lo debemos al feminismo.

Frente a estos datos contundentes, aparece el argumento de la brecha salarial de género, la otra big fake news de esta corriente.

Fue el único tropiezo del candidato Sergio Massa en el debate en el que avasalló a Javier Milei. Y el libertario le perdonó la vida, porque si bien le replicó esa mentira de que las mujeres ganan veintipico por ciento menos que los varones, lo hizo sin contundencia. ¿Cómo puede el ministro de Economía de este país no saber que en Argentina a ninguna mujer se le paga menos por hacer el mismo trabajo que a un hombre?

Esto tampoco es una conquista del feminismo. Es una realidad en un país que ha sido pionero en materia de justicia social. Y cuya Constitución prohíbe la discriminación salarial.

Dupláa y Freijo, que acusan de no leída a Granata, y todas las feministas que se hacen eco de estas falsas verdades deberían releer el famoso artículo 14 bis que dice: “El trabajo en sus diversas formas gozará de la protección de las leyes, las que asegurarán al trabajador: condiciones dignas y equitativas de labor, jornada limitada; descanso y vacaciones pagados; retribución justa; salario mínimo vital móvil; igual remuneración por igual tarea…”, etc, etc.

En el programa en el cual Granata replicaba las críticas de Dupláa, otra panelista hizo su aporte: “No habría un Premio Nobel que acaba de ganar por esa brecha que existe entre el mundo del hombre y el mundo de la mujer profesionalmente”.

Bueno, justamente para eso le dieron el Premio Nobel a la “brecha de género”: para sostener una “verdad” que la realidad desmiente. Ese premio es una herramienta de lobby. También le dieron a Barack Obama el de la Paz sin que hubiera puesto puesto fin a ninguna guerra…

Ahora bien, en honor a la verdad, la galardonada, la economista Claudia Goldin, no habla de la realidad presente, sino que hace la historia de la mujer en el mundo del trabajo.

Como los de la Academia son conscientes de que las feministas no leen -aunque acusen a las demás de no hacerlo- saben que basta con el título: “Nobel a una economista por estudiar las brechas de género…”

Cuando se les dice a las feministas que ninguna mujer gana 30% menos por hacer el mismo trabajo que un varón te replican con el techo de cristal, o sea, otra subjetividad.

No existe el techo de cristal. Existe la maternidad. Y es ineludible. El varón no puede sustituir a la mujer en la gestación, parto y amamantamiento de un niño. Eso es así.

Por eso las mujeres en este país se jubilan 5 años antes. La ley contempla que una parte de su carrera laboral pudo verse interrumpida por el nacimiento de los hijos. Algo de lo que las feministas no hablan porque contradice su relato de que todo, todo, es peor para la mujer.

Para sostener la mentira de la brecha salarial de género, lo que hacen es tomar la totalidad de los ingresos de los varones y dividirla por la cantidad de trabajadores, por un lado. Luego toman la totalidad de la masa salarial de las mujeres y la dividen por el número de trabajadoras. Ahí sí, el promedio da un 27% de diferencia. Entonces, un bruto (o una bruta) pueden titular: “Brecha salarial: a igual trabajo, un hombre gana un 27% más que la mujer”.

No, no y no. Lo que significa esa “brecha” es que las mujeres están más representadas en algunas tareas peor remuneradas -trabajo doméstico, limpieza, por ejemplo- y que optan más por trabajos de menos horas o de medio tiempo, nuevamente por motivos de maternidad.

Los hombres trabajan en promedio más horas, y esa es otra de las razones por las que la masa salarial masculina total es superior a la de las mujeres,

Pero eso no significa que exista discriminación por género. Es decir, el hombre que trabaja en una empresa de limpieza de oficinas, que los hay, no va a ganar 27% más sino lo mismo que una mujer en ese empleo.

Es fácil de entender. Y de comprobar.

Volviendo al Ministerio que las mujeres argentinas no vamos a extrañar, éste no aportó ninguna solución a la dura realidad que viven tantas mujeres en viviendas precarias, sin servicios básicos y comiendo una vez al día. Como tantos hombres y niños.

La estadística de femicidios, a la que con tanto entusiasmo se dedicaban en ese Ministerio, debería ser cosa de la justicia. Propongo adoptar el criterio de los franceses que miden la violencia conyugal. Obviamente, luego discriminan la cantidad de mujeres asesinadas por su pareja y viceversa. El segundo número, los hombres asesinados por sus cónyuges, es mucho más bajo, lo sabemos, por motivos diversos. Pero existe, y la estadística debe contemplarlo. Aquí no se hace.

Ese modo de medir -como violencia conyugal- evita caer en el binarismo moral en el que nos han hundido las feministas de hoy: la mujer es santa, no mata, no miente, no maltrata. El varón es malo, mentiroso, violento, agresivo, violador en potencia.

Eso sí se lo debemos a las feministas. El odio al varón.

En nuestro nombre, contribuyeron a engordar un Estado a todas luces ineficiente. En nombre de todas las mujeres sirvieron de coartada a la inoperancia de un gobierno que las apañó y esponsoreó su “lucha”.

Son responsables del surgimiento de un liderazgo que hoy las asusta.

Ellas también fueron la casta en estos años.

Usufructuaron, en nombre de las mujeres argentinas a las que no representan, una serie de privilegios: sueldos, becas, promoción, premios, “visibilidad” (ya que tanto les gusta esa palabra), cargos en todo ministerio, dirección, municipio organismo o empresa públicos habidos y por haber, etcétera. Con lo cual contribuyeron al engorde del Estado y a su ineficacia. A la casta.

A cambio de todas esas ventajas nos dejan la deformación del idioma y de la historia, la enemistad de género, la sospecha generalizada contra todos los varones, una ESI que no es educación sexual sino adoctrinamiento en ideología de género, las falsas denuncias en contextos de divorcios litigiosos, la “perspectiva de género” en la justicia (que deriva en delito de autor: el varón es culpable por serlo, y la mujer tiene atenuantes a prior), el antinatalismo furibundo (llevar 9 meses un hijo en la panza es una desgracia y no un privilegio, una carga y no una bendición); en fin, nacer mujer es una maldición. En vez de empoderarnos nos han victimizado.

El balance de estos 4 años de gobierno feminista no termina aquí. Pero adelanto una conclusión. Al comienzo, el feminismo me pareció solo innecesario. Ahora afirmo que ha sido dañino.

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