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Opinión

Levando anclas, un programa antiinflacionario que no será.

El Gobierno enfrenta tres alternativas: una ampliación exitosa del control de precios, otro plan que no ha explicitado, o ningún programa antiinflacionario en el 2022
Como ustedes ya saben, el Gobierno estuvo usando a la evolución del precio del tipo de cambio oficial como “ancla” antiinflacionaria durante gran parte de este año. Complementariamente, hace rato también que viene usando como ancla antiinflacionaria el congelamiento de los precios de los servicios públicos y de algunos servicios privados.

Por otra parte, el salario nominal ha evolucionado por debajo de la tasa de inflación a lo largo del año -con excepción de algunos contados sectores-. Finalmente, en los últimos meses, se le ha agregado a esta receta, el ingrediente del congelamiento de un conjunto de bienes privados.
Con toda esta abundancia de anclas, la tasa de inflación de este año cerrará unos 14 puntos porcentuales por encima del año pasado, en torno al 50% anual.

En este contexto, el presidente del Banco Central indicó, en la semana que pasó “la devaluación del peso se va a acelerar, cuando baje la tasa de inflación…”.
A partir de esta declaración, surge claramente la idea de abandonar el manejo del precio del tipo de cambio oficial como instrumento antiinflacionario. Asimismo, fue anunciado un aumento “segmentado” de los precios de los servicios públicos y no creo que dicho aumento sea acompañado con una rebaja del precio de dichos servicios para el resto de los consumidores. De manera que tampoco servirán estos precios como contenedores de la tasa de inflación.

La CGT, por su parte, recibió al ministro de economía, con la consigna, “no habrá ajuste en los salarios del 2022″.
Con este escenario, se podría pensar, entonces, que el Banco Central está considerando que será la menor emisión de pesos, la política que hará que baje el ritmo de aumento de los precios internos.

Sin embargo, un cálculo razonable de déficit fiscal primario para el próximo año, más los intereses a pagar por la deuda del Banco Central (Leliqs) indica una emisión mínima de 3 billones de pesos, duplicando (antes de absorber con nueva deuda) la cantidad de dinero actual.

Entonces, si el dólar oficial sube por encima de la tasa de inflación, los precios de los servicios públicos se incrementan por encima de la tasa de inflación, los salarios se recuperan en términos reales después de la caída de este año y la cantidad de dinero se duplica, pregunto inocentemente: ¿cuál es el ancla que permite pensar en una baja de la tasa de inflación?
Una de tres: el Gobierno apuesta a una ampliación exitosa del control de precios, o tiene otro plan que no ha explicitado, o no habrá programa antiinflacionario en el 2022.
Veamos. Una generalización del control de precios, como sustituto de un programa fiscal y monetario coherente, más allá de que se intente, fracasa, y dudo que pueda incluirse en el eventual nuevo acuerdo con el FMI.

Pero sucede que el programa no fracasó, la Argentina dejó de cumplirlo cuando el resultado de las PASO y la cuasi certeza de que se venía el gobierno de Alberto Fernández desancló las expectativas en torno a la evolución de la economía argentina. Más allá de los cuestionamientos al diseño de ese programa, sería como culpar al nutricionista por no adelgazar al abandonar el régimen.

Resulta contrafáctico pero, quizás, con otro resultado de las PASO, el plan no se hubiera abandonado, y la tasa de inflación que venía bajando del 4,7% en marzo al 2,2% en julio, hubiera seguido convergiendo, con la actividad económica en recuperación. Y, con un triunfo del presidente Macri, se hubiera podido renegociar mejor la deuda con privados, reabrir el mercado de capitales y reconvertir el programa con el FMI, en uno de largo plazo, con compromisos estructurales.

Insisto, no estoy defendiendo el diseño de política del acuerdo del 2018, pero lo cierto es que el plan fue abandonado por la Argentina forzada por el cambio de expectativas derivado del resultado de las PASO.

En todo caso, estamos ante el proyecto de un cambio gradual de precios relativos a favor del dólar y los precios de los servicios públicos, enmarcado en un posible acuerdo con el FMI, para el cual, como indicó la compañera Kristalina, falta un rato.

Y falta un rato, porque, en realidad, como se trata de precios relativos, ahora que sabemos los que tienen que ganar, hay que elegir los que deben perder. ¿Cuáles? ¿Cuánto? ¿Y a qué ritmo?

Y sin un respaldo político potente, esta elección no es fácil.
De ahí la dificultad de avanzar en un acuerdo con el Fondo, porque la respuesta a esos tres interrogantes determina el grado de ordenamiento fiscal y monetario, y la política cambiaria que permitiría acumular reservas, en los próximos años, con un escenario internacional menos favorable que el que tuvimos en el año que está terminando.

Por lo tanto, parte del cierre fiscal será con licuación, y habrá que ver si la coalición gobernante logra un acuerdo para cerrar un nuevo programa con el Fondo, y conseguir que el necesario cambio de precios relativos no derive en un descontrol nominal y en una crisis aún mayor.

La patética actualidad que vivimos es consecuencia directa del bajo nivel, en general, de nuestra clase dirigente. Argentina es una nación que pierde a diario “perdiendo”. Tenemos más pobres, más indigentes, más inflación, nuestra moneda cada vez vale menos, la emisión es, a estas alturas, absurda. El déficit fiscal pareciera no tener fin. La educación está pasando su peor momento. Pero seguimos escribiendo cartas y discutiendo por los medios afines a un lado y otro de la grieta, para ver quién tiene la razón, cuando en realidad, todos, absolutamente todos, estamos jugando el partido equivocado, ya que la solución de los problemas de nuestra devastada nación pasan por otros caminos, que son precisamente los senderos que la casta dirigente se empeña en no transitar. Un solo ejemplo alcanza para todo: ordenar de una buena vez y para siempre el déficit fiscal importa dejar de gobernar para ganar la siguiente elección y asumir el costo político de hacer todo lo necesario para sacar el país adelante.

Hoy no hay, o no se avizora al menos, que la casta dirigente esté dispuesta a transitar esos caminos. Lo que me recuerda una frase de Ronald Reagan: “No existe bestia en el mundo más peligrosa que un ignorante con poder”.

¿Viene un 2022 mejor o peor?: qué expectativas hay sobre el PBI y la inflación si aún no se avisora un plan economico y social sustentable.

Héctor Ariño
Periodistaobservador@yahoo.com.ar.

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